martes, 30 de octubre de 2012

La Gran Transformación, de Karl Polanyi


Después de haber leído en distintos libros y artículos de economía referencias a “La Gran Transformación” de Karl Polanyi, me dije: tienes que conseguir ese libro y leerlo. No fue fácil, a pesar de tratarse de un clásico de historia económica y social está agotado en la mayoría de librerías de este país. Tras mucho buscar, localicé una edición  mexicana, de encuadernación humilde, la que aparece en la ilustración,  en una librería de Zaragoza, “Cálamo”.


Es un ensayo publicado en 1947, y trata de la gran transformación que supuso para la sociedad el paso de una sociedad pre-capitalista a otra plenamente capitalista o mercantilista. Los orígenes estarían en el siglo XV pero la plenitud llegaría en el XIX. Dicha transformación supuso una enorme dislocación social, y la sociedad buscó maneras de protegerse del nuevo sistema. El liberalismo económico confió ciegamente en el mercado autorregulado, pero este fracasó.  Una demostración de lo quimérico del sistema es la aparición de distintas respuestas a ese modelo: el fascismo (que económicamente siguió siendo capitalista) o el comunismo. 
El autor desmenuza distintas ideas, todas ellas muy interesantes. Voy a referirme sólo a algunas de ellas.




La Revolución Industrial del siglo XVIII registró un progreso casi milagroso en los medios de producción, pero a su vez, supuso una dislocación catastrófica en la vida de las gentes del pueblo. Destruyó el tejido social, y arrojó al hombre, antes arropado por la familia, la parroquia o  la comunidad, al individualismo de la fábrica. El trabajo, así como otros factores de producción: la tierra y el dinero, fue convertido en una mera mercancía.
Fue una conversión forzada, una ficción, pues las mercancías han sido tradicionalmente bienes creados para ser comprados y vendidos.
En ese mercado, el precio que se paga por el trabajo es el salario, y el trabajador se encuentra muchas veces abocado a aceptar salarios muy bajos y pésimas condicionas laborales so pena de morir por inanición.
En las sociedades tradicionales, nos recuerda el autor, rara vez un individuo moría de hambre salvo que la hambruna afectara a toda la comunidad. Existían lazos de solidaridad que el capitalismo cortó.


Otra de las ideas que expone Polanyi pretende corregir la visión transmitida por la ideología liberal de que el mercado es algo natural en el hombre. Esa manida idea de que el ser humano siempre ha sentido propensión a intercambiar bienes. Según Polanyi el intercambio ha sido tradicionalmente algo muy secundario. Las comunidades se proveían de cuanto necesitaban y lo repartían entre sus miembros según criterios redistributivos al margen del mercado. Por supuesto que existía el mercado, pero su importancia era muchísimo menor antes de la llegada del mercantilismo.


Tampoco, para el autor, la búsqueda del dinero o riquezas ha sido históricamente el aliciente que haya movido a los hombres. Más bien ha sido la búsqueda de prestigio social, que a veces, eso sí,  requería de la posesión de bienes, pero incluso en estos casos, la posesión de bienes es un medio y no un fin es si mismo.


Retomando el tema del mercado de trabajo, Polany nos ofrece un ejemplo conocido y muy interesante.


Cuando los ingleses cuando llegaron a sus colonias en el Pacífico, propusieron a los aborígenes trabajar para ellos a cambio de un salario. Estos no estaban por la labor; se proveían de alimentos y de cuanto necesitaban por otros medios: recolección, reparto o redistribución entre los miembros de la comunidad. Entonces, los ingleses talaron todos los árboles del pan, importante fuente de alimento para los nativos. Es decir, crearon escasez de manera artificial. Además les obligaron a pagar tasas por las viviendas –chozas- donde vivían. Así fue como los británicos les dieron la bienvenida al maravilloso mundo del trabajo libre.


Según Polanyi el liberalismo fue planeado, mientras que el proteccionismo social es la necesaria reacción espontánea a la dislocación social provocada por un mercado libre. El autor no niega que el mercado autorregulado haya traído una espectacular abundancia material, pero entiende que se trata de un punto de vista demasiado parcial y estrecho. Convertir la tierra, el trabajo y el dinero en meras mercancías es un grave error,  pues cada una de ellas posee características y cualidades que no se expresan en la racionalidad formal del mercado, subordinando la esencia de la sociedad a las leyes del mercado.

Para ir concluyendo, éstos y otros aspectos trata el autor en esta obra maestra de la historia económica y social de los siglos XIX y XX (hasta mediados). Lo económico es indisociable de lo social, no debemos caer en el error, como se está cayendo en la actualidad, de pensar que la esfera económica está fuera y por encima de la esfera social y de la esfera política. Hay que someter lo económico a lo político y, en definitiva, a lo social.

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